Misión

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jueves, 10 de octubre de 2019

Preservar loros en ambientes urbanos, una paradoja de conservación.


Octubre 10 de 2019

Por: Víctor Busteros.

Los aficionados a la observación de aves saben que no necesitan salir de las ciudades para poder registrar un importante número de especies. De hecho, los ornitólogos más experimentados frecuentemente se sorprenden por la cantidad y tipos de pájaros que encuentran volando libremente dentro de los parques y jardines de algunas zonas metropolitanas.

Si bien es cierto que las ciudades son enormes consumidoras de recursos naturales, productoras de descomunales cantidades de basura, emisoras de peligrosos contaminantes, foco de enfermedades infecciosas y además el hábitat de dos de los más temibles depredadores que existen en el planeta −el ser humano y el gato doméstico−; también es cierto que para algunas aves se han convertido en una alternativa de sobrevivencia, quizá la última para especies que precisamente por la expansión de la frontera antropogénica han tenido que modificar sus hábitos naturales. Curiosamente, muchos de estos nuevos y singulares ciudadanos alados corresponden a especies catalogadas en peligro de extinción.

Las colonias urbanas de loros (psitácidos) son uno de los mejores ejemplos de lo anterior, ya que en muchas ciudades del mundo han proliferado. Aunque cabe mencionar que la mayoría fueron introducidas, ya que se originaron a partir de la liberación fortuita o deliberada de ejemplares −mascotas o aves de ornato− que permanecían en cautiverio. Sin embargo, también se han descubierto otras colonias que son totalmente silvestres pero que acuden a las ciudades buscando agua, alimento, refugio para pernoctar e incluso para anidar.

Las aves psitácidas tienen hábitos especializados que las hacen depender de ecosistemas complejos ubicados en reductos geográficos bien delimitados, por tal motivo se les considera residentes. Sus desplazamientos a lo largo de las estaciones del año se limitan a la extensión de ciertas franjas o corredores biológicos en los que abundan el agua, alimento y sitios de refugio. En México, por ejemplo, su hábitat se distribuye mayormente en zonas con características de transición florística, algunas veces con altimetría acentuada, lo cual permite climas variados en espacios reducidos y por ende la coexistencia de diferentes tipos de vegetación. Paradójicamente, muchas ciudades recrean tales condiciones.

Entre los casos más conocidos de loros viviendo en ambientes urbanos destacan las guacamayas caraqueñas (Caracas, Venezuela), los loros de cabeza amarilla en Stuttgart (Alemania), las poblaciones de diversos pericos en el sur de California y Florida (EUA), así como la llamada invasión de las cotorras argentinas y de Kramer en Europa; fenómenos relativamente recientes y por ello medianamente estudiados. No obstante, conviene aclarar que salvo las guacamayas caraqueñas, las demás poblaciones urbanas de psitácidas corresponden a especies exóticas que algunos científicos creen que podrían generar problemas ecológicos, sobre todo si se habla de las dos últimas especies –cotorra argentina y cotorra de Kramer−, ambas señaladas como peligrosas invasoras; aunque lo cierto es que la evidencia científica para demostrarlo aún es insuficiente y más aún si consideramos que desde hace siglos hay otras colonias citadinas de especies aviares que hoy también son mal vistas, como las palomas domésticas.

La realidad es que el mayor impacto de estos pericos exóticos va mucho más allá del tópico ecológico, ya que es en las ciudades y no en las áreas silvestres donde se han establecido principalmente. Si analizamos objetivamente lo que sucede en Europa, por ejemplo, veremos que más que especies nocivas para la fauna y flora nativa se les considera una plaga ruidosa que genera suciedad y daños a la infraestructura urbana.   

En México, en cambio, hay importantes colonias de especies nativas establecidas en las principales zonas metropolitanas del país y sus áreas de influencia; sobresaliendo Monterrey, ciudad en la que se han documentado poblaciones residentes de diferentes especies mexicanas, Asimismo Guadalajara, con una de las más grandes bandadas de psitácidos, la cual se compone principalmente de loros de corona lila, una especie por demás interesante, ya que es endémica. Además, en esta misma ciudad hay una creciente población de cotorras argentinas, que a diferencia de otras especies exóticas aparentemente no interactúa con loros nativos.

El tema de aprovechar los ambientes urbanos para preservar especies de loros en peligro de extinción ha dividido a la comunidad científica, motivando acaloradas discusiones y opiniones encontradas. Mientras algunos especialistas consideran que es una estrategia de conservación viable, otros la descalifican por parecerles antinatural.

Lo cierto es que en las últimas décadas la gran mayoría de las poblaciones silvestres de psitácidos han decrecido dramáticamente a causa del tráfico de fauna y a la pérdida de su hábitat natural, agravada por el cambio climático. Por tal motivo, si las ciudades han permitido la subsistencia de algunas especies, no deberían descartarse como santuarios de conservación. Desde luego serán necesarios más estudios, así como monitoreo estrecho y permanente de las bandadas urbanas existentes para controlarlas y evitar daños ambientales mayores.

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