Septiembre 24 de 2019
Por: Víctor Busteros.
Por: Víctor Busteros.
Ahora que tanto preocupa
la crisis climática, pocos se han detenido a pensar que preservar las
poblaciones silvestres de pericos y guacamayas es una alternativa real para enfrentarla.
Cuando en Centro y
Norteamérica se habla de aves psitácidas nativas, muy pocos se refieren a su importancia ambiental a escala
global, y es que más allá del enorme valor sociocultural que poseen, y del consabido
rol que desempeñan como eslabones de la cadena trófica a nivel local, la mayor
función ecológica de las psitácidas es la dispersión de germoplasma, acción que
contribuye a regenerar e incluso a extender los bosques que a su vez capturan
el bióxido de carbono, infiltran el agua de lluvia y regulan el clima.
La mayoría de las
especies de la región habitan dentro de franjas de transición florística, reductos
de gran riqueza y diversidad vegetal que potencializa su función dispersora de
polen y semillas, propiciando la reforestación natural de su área de influencia
y también de los alrededores.
En México y
Centroamérica las aves psitácidas se consideran “especies sombrilla”, término
que en biología se utiliza para referirse a aquellas especies indicadoras que
al ser protegidas también permiten proteger de forma indirecta a otras especies que
comparten el hábitat. Es decir, si en un bosque o selva existe una población
próspera de pericos o guacamayas se puede afirmar que el ecosistema es
saludable.
Aunque muchos aún lo
desestiman, cada vez más ecólogos y ornitólogos confían en que en la medida que
se recuperen las poblaciones silvestres de psitácidas se avanzará también en la
restauración natural de grandes extensiones deforestadas, lo cual contribuirá a mitigar los efectos del
cambio climático global.
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